Es natural, casi lógico, que todo mundo diga que su madre (o sea su mamá) es la mujer más bella del planeta, así quede de última en el concurso de la mujer más linda del barrio. Mi departamento, el Quindío, es reconocido por sus visitantes como muy bello y poblado por gentes muy acogedoras, así Armenia tenga hoy la clase política más corrupta del país.
En uso de mi autoproclamada objetividad, digo una vez más que el departamento más completo de Colombia, para mí, es Santander, así su capital haya dejado de ser la ciudad bonita para convertirse en la ciudad de cemento y más cemento.
En la lista de valores que me he inventado para catalogar los departamentos, Santander ocupa indudablemente el primer lugar. Tres son los factores que exijo: pueblos hermosos, bellezas naturales e identidad histórica asumida. En esta lista no cuentan los factores económicos y el dinero. Santander tiene, en efecto, los pueblos más bellos de Colombia. ¿Quién se atrevería a negarlo? Barichara es la cumbre de la belleza de los pueblos del país. Y todos: Guane, Confines, San Gil, Páramo, Socorro, etc. Bellezas naturales indiscutibles y únicas: el Cañón de Chicamocha con sus pueblos y los "barrigones", que son los árboles más bellos del país; las cavernas, el impresionante páramo de Santurbán, estrella fluvial del oriente colombiano. E identidad histórica asumida. El peso de la historia de los Comuneros se siente, vibra en las "bravas tierras de Santander" y en sus gentes.
Un factor nuevo viene a añadirse a mi lista: la conciencia ecológica que el pueblo santandereano está demostrando y que se materializó en la manifestación que los bumangueses protagonizaron el día 25 de febrero para defender la agüita de su gente, la del páramo de Santurbán, condenado a muerte lenta por la Greystar, la compañía minera canadiense de tan mala fama en los países donde tiene sus tentáculos.
Desde hace tiempo, santandereanos valientes, como el abogado y ambientalista Jorge William Sánchez y el ecologista Orlando Beltrán, entre otros, a los cuales me he unido yo en varios artículos escritos aquí en EL TIEMPO, han venido martillando sobre el desastre anunciado. Ahora Fenalco, con su director, Edwin Rodríguez-Salah, convocó la masiva manifestación de protesta. Yo he caminado y sudado ya en cuatro ocasiones este gigantesco páramo, rico en bellísimas lagunas y nacimientos de agua que derivan hacia dos cuencas: hacia el interior, a la del Magdalena y hacia el oriente, a la cuenca del lejano Orinoco. Santurbán "dispara" agua generosa para todas partes. Edwin Rodríguez habla de "la utilización diaria de 40 toneladas de cianuro y 230 toneladas de anfo, además de que se van a dinamitar 1.075 toneladas de suelo en la primera fase". Stefen Kesler, presidente de la compañía, contesta que no afectará el caudal ni la calidad del agua de los ríos en Santander (EL TIEMPO, 26 de febrero). Yo no me opongo a la minería porque sí, me opongo a la minería que destruye los páramos y los parques nacionales, como esta del páramo de Santurbán. En un país en el que la Carta Magna (¡vaya nombre!), la Constitución, se vuelve trapo para arrastrar por la calle, ya no hay nada que hacer y de él no se puede esperar ya más. Los páramos son sagrados para la Constitución colombiana, para un papel que todos invocamos pero que los mismos gobernantes pisotean.
Así que, Santander, ¡ánimo! Estamos con ustedes. Porque vamos por la vida y la vida que vale más que el dinero. Estamos con ustedes, porque el agua vale más que el oro. ¿Se amarrará los pantalones o las faldas el Ministerio de Ambiente?
Endiado al correo del MAMB por Jorge W. Sánchez Latorre
Publicado en ELTIEMPO.COM
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